Por María Eugenia Cal y María Virginia Salvo.

Las empresas familiares tienen ventajas y desventajas que las hacen únicas y que, aunque por un lado las convierten en competidores de temer, por otro lado las exponen al fracaso si no se reacciona a tiempo y eficazmente.

Un problema que se repite en este tipo de empresas está vinculado a las comunicaciones entre sus miembros.

Generalmente, en una empresa no familiar las jerarquías son claras y marcan el rumbo de acción en cualquier reunión y comunicación. Existen roles definidos y un jefe o líder que ordena las instancias de intercambio, posibilitándolo.

Sin embargo, en las familias los límites suelen diluirse si no se logran distinguir los lazos de sangre o afecto de los vínculos empresariales y comerciales. La confianza y el vínculo y trato familiar suelen determinar que las conversaciones de negocios se asemejen, en su forma, a una reunión de domingo -incluso cuando su contenido se mantenga en la línea comercial-.

La situación se complejiza en empresas familiares que hayan superado la segunda generación, cuando el fundador ya no está y la naturaleza obliga a atravesar un proceso de sucesión. En estos casos es posible que no aparezca un líder innato que asuma el timón de la empresa y reestablezca el orden, generando aún más trabas a la comunicación. Pugnas de liderazgo, discusiones sobre la modernización de la compañía, designación de un nuevo directorio y resurgimiento de confiictos familiares, aparecen como obstáculos a superar mediante el diálogo.

Es común que los objetivos de todos los integrantes y sus conclusiones sean las mismas, pero que las falencias en la comunicación dificulten un desarrollo ordenado de las instancias de negocios y que, con ello, se afecte el negocio, incluso desde sus cimientos. En este contexto, se vuelve fundamental organizar las comunicaciones y las reuniones, determinando con claridad el rol y función de cada uno de los integrantes, ordenando las participaciones y asignando momentos para que cada uno se exprese, mientras el resto escucha. Esto, que parece una obviedad, es determinante para lograr la comunicación efectiva y puede hacer la diferencia en el relacionamiento de la familia empresaria y, con ello, del propio negocio.

En FERRERE hacemos un diagnóstico de cada empresa familiar para detectar si la comunicación se logra efectivamente o representa un problema. Y, en el segundo caso, diseñamos un plan de acción ajustado para esa empresa y esa familia, de modo de asegurar que su desarrollo y crecimiento continúe sin trabas, por lo menos, internas. Nuestra experiencia como mediadores en reuniones de directorio de empresas familiares nos demuestra que ese camino ayuda a potenciar la compañía y focalizar en lo que realmente importa, también en la interna de la familia.