Por lo general, Uruguay ha sido visto como un buen destino para la inversión extranjera. ¿Qué opinión tiene usted?

Hay que separar lo esencial de lo anecdótico. En esto no hay términos absolutos. Siempre digo que el inversor que viene a Uruguay, no el inversor típico que invierte en Estados Unidos o Europa, es un inversor dispuesto a invertir en Latinoamérica. Tiene estómago para imperfecciones que muchos de los principales inversores que hay en el mundo no tienen. Para ese inversor, y en un comparativo latinoamericano con un estómago fuerte, Uruguay es un destino comparativamente interesante desde el punto de vista de la calidad institucional, la previsibilidad y la transparencia. Los uruguayos nos quejamos, y con razón porque tenemos derecho a esperar compararnos con los mejores. Pero la verdad honesta es que, en términos latinoamericanos, Uruguay es un país que está bien desde el punto de vista institucional, de respeto a la Constitución y a nuestras libertades, de respeto en última instancia a las decisiones de la Justicia, de transparencia y de un manejo macroeconómico serio. Para el inversor que viene a nuestra región, todo esto es mucho más de lo que suele encontrar.

Ojalá Uruguay pudiera atraer también al inversor que exige certezas mayores, que busca una institucionalidad impecable, que aprecia educación y recursos humanos de clase mundial, que requiere mercados de insumos y de recursos flexibles y eficientes infraestructura de primera, acceso a mercados, seguridad personal y paz de espíritu, etc. Ojalá pudiera, porque son los mejores, los que podrían transformar a Uruguay en algo que hoy no somos, que apoyarían un circulo virtuoso para convertirnos en una sociedad mejor y con más oportunidades para todos. Ese tipo de inversor, sin embargo, no vino ni vendrá a Latinoamérica, al menos hasta que los latinoamericanos hagamos cosas mucho mejor que hasta ahora.

Uruguay, hasta cierto punto, y solo hasta cierto punto, podría separarse de esta percepción regional de zona de riesgo general para los inversores. Pero debería hacer las cosas extraordinariamente impecables en términos de facilidad para hacer negocios, integración al mundo, infraestructura de primera, instituciones sofisticadas y fuertes, educación de clase mundial, seguridad personal total, etc. La realidad es que de eso, lamentablemente, no estamos cerca. Es teóricamente posible, pero llevará tiempo, mucha visión estratégica y firmeza en el rumbo. No hay que ser pesimista, pero es un camino arduo que requeriría líderes muy visionarios y una población muy comprometida con esa visión y valores. Y hoy, ese no es un partido que estamos jugando.

Pero vuelvo al principio…Otra forma de ver esta pregunta es mirando el panorama económico internacional y poniendo a Uruguay en ese contexto. El mundo está en una importante transición financiera. Durante los últimos años, Uruguay no las tuvo todas consigo como a veces se dice –el petróleo estuvo caro, Argentina estuvo en crisis, Brasil viene complicado hace tres años-. Pero sí tuvo una combinación de factores favorables que, en términos netos son difíciles de reunir, que hacía décadas que no se alineaban. Tres factores fueron los principales. Primero, el impacto de la crisis financiera de 2008 en Estados Unidos llevó a una política de tasas de interés bajísimas que ayudaron a Uruguay a financiarse muy barato. Eso le ahorró enorme dinero al fisco y permitió, con un muy buen manejo de quienes lideraron ese proceso, reperfilar la deuda externa de una forma espectacular en plazos y costo.

Segundo, la misma crisis de 2008 llevó a una política de inyección de liquidez en el mundo que, en una parte marginal pero enormemente relevante para nosotros terminó en Uruguay. En especial porque el mundo desarrollado estaba en crisis, con lo que fondos de capital privado que jamás invertían en el mundo emergente, comenzaron a hacerlo por una temporal falta de oportunidades en sus mercados tradicionales. Tercero, la fortaleza del crecimiento chino llevó a años de extraordinarios precios de los commodities. Los precios de exportación de Uruguay fueron soñados para buena parte de sus productos y le dieron un gran impulso al país.

En el frente doméstico, una buena política macro ayudó a aprovechar estas influencias del exterior. Una mala política micro que le generó a la economía rigideces que redujeron el beneficio y nos pone en una situación menos segura ahora que el viento comenzó a virar, y una autocomplacencia con los temas estructurales (infraestructura, educación, seguridad, etc.)-, nos impidió aprovechar esa gran oportunidad; excepto en materia de energía, donde se vieron muy interesantes desarrollos.

Hoy el mundo le plantea a Uruguay un contexto muy diferente al de la última década. Estados Unidos está en franca recuperación y comienza a desmontar los mecanismos de inyección de liquidez. Eso impactará las tasas de interés, la cotización del dólar y el precio de los commodities. Es verdad que Europa, Japón y China –que son historias muy diferentes entre sí pero que tienen en común el elemento de la desaceleración-. Comienzan a aplicar políticas expansivas, pero son de menor calidad que las americanas y aportarán menos impacto de liquidez a países que vivimos en la esfera del dólar. Los años de euforia quedaron atrás y ahora habrá que ganar el crecimiento económico, décima de punto a décima de punto, con inteligencia y con el sudor de la frente. Para enfrentar esto, nos encontramos con un nuevo presidente que parece tener un buen diagnóstico, pero con una interna política híper fragmentada y poco leal a su visión. No le será nada fácil llevar adelante sus proyectos concretos. Para ser Uruguay un país atractivo para la inversión, en el nuevo escenario, debería acometer un programa de reformas en infraestructura, educación, seguridad, estabilidad de reglas, política exterior y comercial, entre otras, que da la impresión que el presidente Tabaré Vázquez tiene claras. Pero también da la impresión que tiene poco margen para llevarlas adelante en consenso con su bancada parlamentaria. Se requerirá enorme capacidad de persuasión y liderazgo, así como inteligencia política, para no caer en un gobierno anodino que simplemente navegue mediocremente la nueva realidad a la espera de que no pase lo peor.

Entrevista publicada en el Semanario Crónicas, revista Empresas & Negocios, correspondiente a la edición del viernes 26 de diciembre de 2014.

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